San Sebastián atendido por las Santas Elena y Lucina.

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Fechada entre los años 1630 y 1640, esta pieza es un claro ejemplo del estilo de este pintor valenciano Jose de Ribera, el cual se formó  artísticamente en Nápoles. Sobre un fondo oscuro, casi negro, representa al santo desnudo con un extraordinario estudio anatómico, intensamente iluminado. Mientras, Santa Irene en la penumbra retira las flechas del martirio. Detrás, entre las sombras, se vislumbra la criada que ayuda en los quehaceres y equilibra una composición marcadamente diagonal muy recurrente en las obras de la época, con un realismo visible al ojo del interesado. Actualmente, este gran lienzo se expone flanqueado por otras dos obras autógrafas de Ribera, “Pitágoras” y “Heráclito”.

Características y evolución artística

El elemento definitorio del barroco español es el profundo realismo. Su plástica es teatral y majestuosa, a la par que didáctica, y permitía a los fieles experimentar la sensación de que, al participar en el culto, participaban también de la divinidad. En España, donde prima por en cima de todo la temática religiosa, se hará de la escultura y en general del arte, un vehículo para unificar la doctrina cristiana. En Valencia, la escultura recibe las influencias de Italia, al igual que la arquitectura, y se desarrolla en fachadas, retablos, estatuaria y monumentos públicos de carácter diverso.

De las características generales de la escultura, destacan el naturalismo, representando las imágenes de forma realista en contraposición al idealismo del periodo estilístico anterior, y dotándolas de gran expresividad, particularmente en los rostros y gestos; y los esquemas compositivos, dando especial importancia al movimiento para conseguir el mayor dinamismo posible, con lo que se evitan las simetrías y se utilizan conceptos como la línea helicoidal para aportar tensión y suavidad a las formas. Todo ello unido a la progresiva unifacialidad de las esculturas que poco a poco se van alejando del manierismo (multifacialidad o varios puntos de vista), posibilita integrar la escultura junto a la pintura y arquitectura en un solo conjunto teatral, siendo ejemplo de ello los retablos o la ornamentación de edificios anteriores al periodo barroco. Hasta tal punto llega esta integración, que muchas de las obras del barroco pierden su valor si se separan del lugar para el que fueron concebidas.

En la Valencia barroca encontramos una abundante producción en escultura, siendo las tipologías más abundantes la retablística y la imaginería a lo largo de los siglos XVI y XVII. Será en el Barroco Tardío, en la segunda mitad del siglo XVII, cuando comience la rica producción escultórica del barroco perfectamente conectada con las novedades europeas, pasando por los retablos e imaginaria policromada hasta la ornamentación mediante escayola y piedra, y la escultura pública.

La escultura valenciana del siglo XVII es escasa, ya sea por las continuas destrucciones y saqueos que durante la Guerra Civil española sufrió la ciudad, o por la falta de documentación, de tal manera que a día de hoy se siguen relacionando obras desaparecidas, halladas o de autoría desconocida con diversos artistas. Cabe añadir que la tipología escultórica más afectada fueron los retablos, habiendo desaparecido gran parte de estos. Sea como sea, en este primer periodo de crisis que atraviesa la ciudad de Valencia la escultura barroca no dio muchos artistas reconocidos. Es más, se podría considerar a la escultura de la primera mitad de siglo XVII en Valencia como un arte en decadencia, hasta el punto de que hasta el último tercio del siglo XVII no volvería a erigirse en la ciudad ninguna otra estatua monumental pública, período de tiempo que coincide con la crisis económica y social que sucedió a la expulsión de los moriscos en 1609.

En este primer periodo de la primera mitad del siglo XVII, es con el escultor Gregorio Fernández, de la escuela castellana de escultura, que seguimos el rastro de la escultura barroca en Valencia. Las pocas manifestaciones de su obra en Valencia, así como la de sus aprendices, como es el caso del escultor Juan Muñoz, apuntan a un arte fuertemente influenciado por los escultores italianos. De este periodo, también destacan como grandes retablistas e imagineros Tomás Sanchis y Juan Miguel Orliens, quienes completaron la transición del Manierismo italiano al Barroco y ayudaron a introducir, junto a otros escultores extranjeros de renombre como Nicolás de Bussy o Konrad Rudolf, las nuevas influencias barrocas europeas en Valencia. Hasta las ultimas décadas del siglo XVII llega este periodo de desprendimiento de los cánones renacentistas en Valencia, en pos de un estilo propiamente barroco, siendo sus principales influencias el ya consabido estilo Italiano y el Francés, así como en todo momento la escuela Castellana.

A partir de este momento la escultura se impondrá sobre la pintura en la decoración de Iglesias. Esto supone una transformación en la tipología de los retablos, que pasaron de ser creaciones a medio camino entre la pintura y la escultura, a ser auténticos conglomerados arquitectónicos y escultóricos de influencia churrigueresca. Entre los conservados, merece citarse el retablo mayor de la iglesia de San Lorenzo, realizado por Leonardo Julio Capuz en 1683, que es una de las manifestaciones más barrocas que pueden contemplarse en la ciudad de Valencia. Por otro lado destaca la afluencia de artistas europeos a Valencia, particularmente la llegada de escultores genoveses entre los que están Daniello Solaro y Giacomo Antonio Ponsonelli, quienes dejaron su huella en la ciudad. Cabe mencionar también el renacimiento de las arquitecturas efímeras y escultura pública: arcos triunfales, estatuaria, altares y carrozas procesionales fueron las manifestaciones más comunes.

Sin embargo, en este periodo no hay mayor acontecimiento que la aparición de dinastías de artistas, que terminan por definir la escultura barroca de Valencia: los Capuz, los Vergara y los Esteve. Cronológicamente, el primero en destacar es Leonardo Julio capuz (1660-1731) , hijo del escultor genovés Julio Capuz, discípulo de José de Churriguera y uno de los escultores más afamados de Valencia. Entre sus obras destacan el retrato busto de Felipe V y el retablo mayor de la Iglesia de San Lorenzo. Su hermano Raimundo Capuz También fue un escultor importante en Madrid.

Por otro lado esta Ignacio Vergara Gimeno (1715-1776), quien es considerado como uno de los mejores escultores de la historia de Valencia. Junto con su hermano José Vergara, intervino en la fundación de la Academia de Santa Bárbara, que más tarde seria la Real Academia de Bellas artes de san Carlos de Valencia. Este hecho es transcendental en la Velencia barroca, ya que marca la línea estilística que irán adoptando todos los escultores de la ciudad: el Academicismo. De entre estos escultores, el más destacado será José Esteve Bonet (1741-1802) que fue aprendiz de Ignacio Vergara, y uno de los primeros en introducir las tendencias Clasicistas, considerándosele como uno de los precursores del Neoclasicismo en la ciudad, no obstante su obra continúa dentro de los márgenes del Barroco. Señalar que fueron los artistas vinculados a la Academia de las Bellas Artes de San Carlos quienes se fijaron en las influencias italianas y sobretodo francesas del barroco clasicista que ya empezaba a dejar atrás al Rococó

San Vicente Ferrer de Ignacio Vergara.

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De entre las obras realizadas por Ignacio Vergara, muchas de ellas fueron a parar a distintos puntos de España, la mayoría de temática religiosa y de imaginería, bien encargadas por la burguesía, bien por las instituciones religiosas. Una de las más destacables es la escultura de San Vicente Ferrer realizada para la ciudad de Cádiz.

Vergara la realiza repitiendo el modelo iconográfico más difundido del santo valenciano: aparece predicando con la mirada al frente mienttras señala al cielo con la mano derecha y con la izquierda sujeta un libro en alusión a sus predicaciones. Hay que señalar la naturalidad con la que la obra fue plasmada, prácticamente viva y capaz de transmitir su propio significado a aquél que la observe desde el ángulo apropiado.

Técnicamente, esta escultura realizada a tamaño inferior al natural y en madera, es una de las obras más logradas de la plástica valenciana del siglo XVIII, no obstante actualmente no reside en Valencia, sino en Cádiz. A la dinámica composición, que goza de movimiento vertical hacia arriba por la disposición de sus brazos, hay que añadir la pericia del artista en el tratamiento del hábito, así como el estudio anatómico de sus manos y su expresivo rostro, que dan una sensación de teatralidad. También son destacables la policromía, particularmente las zonas monocrómas en negro del hábito, y los elementos ornamentales.