El Barroco llegó a Valencia en el siglo XVII como al resto del país y se trata de un movimiento artístico marcado por el influjo del Herrerianismo del escorial y la severidad localizada en los edificios religiosos, incorporando poco a poco un barroco eclesiástico y monárquico. Así lo vemos en los monasterios de San Miguel y de los Reyes.
A fines de siglo, la influencia ornamental presiona a mecenas y artistas, de modo que comienza una etapa de revestimiento de edificios góticos a veces completada con bóvedas al fresco que ayudan a la fantasía visual creada por la conjunción de todas las artes. Tal es el caso de la Iglesia de los Santos Juanes o de San Juan del Mercado. Artistas como Juan Bautista Viñes, Pérez Castiel y Juan Bautista Mínguez, que trabajan especialmente en las nuevas “Capillas de la Comunión”, como vemos en la de la Iglesia de San Nicolás o en el remate y ornamentación de las antiguas torres, campanarios góticos que, incluso se sustituyen por nuevos como el caso de la Torre de Santa Catalina.
El siglo XVIII con la llegada de la dinastía borbónica, introduce las formas propias del Rococó, que se traducen en los interiores religiosos con profusión de guirnaldas, estucos y yesos dorados creando un estilo muy colorido, a los que se le añade la azulejería de Manises, de gran tradición en Valencia desde la época medieval. Esta simbiosis artística la podemos encontrar en la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar. Por otro lado, el edificio señero de esta nueva arquitectura de influencia francesa la tiene en el Palacio del Marqués de Dos Aguas.
Pero a mediados del siglo XVIII el barroco se sigue viendo en la fachada principal de la Catedral relegando el Rococó a las zonas rurales para introducir en la ciudad la producción artística “culta” como es el caso del Camarín de la Virgen de los Desamparados.